Como decía mi vieja, cuando presa de la falta de experiencia lógica de la inmadurez, repetía alguna macana una y otra vez. – Este chico no escarmienta.
Y....evidentemente no escarmiento. Si todos, hasta el último tierno que en ocasiones frecuenta alguna de las dos ilustres salas de juego, sabe que cuando Capito arranca en ganador una noche, no se cae. Pero yo duro, como si nada. Mano tras mano alimentaba a paladas la voraz e insaciable máquina traga fichas del bien dotado dealer; pensando que era ésta, la que viene, la mano que revertiría todo. Pero no. Era una para nosotros y tres o cuatro para el. No hace falta que el lector tenga un doctorado en análisis matemático para sospechar que a ese ritmo el hombre del gran órgano, llenaría sus arcas con las fichas, las ilusiones y las desdichas de los apostadores.
Solo el Viejo y Gonza; y gracias a que apuraron la cosa en el momento justo, pudieron birlarle, al gran pez, alguna que otra ficha que le aseguró un retiro con algún grado de ganancias. El resto nada. Solo las gracias, que el desalmado trípode, me dio cuando se retiró de la sala de juego, sin dejar de esbozar su clásica y burlona sonrisa.
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