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sábado, julio 11

CUANDO UNA AMIGA SE VA

Si no me achico a ir “ALL IN” con un par de dos, mucho menos al relato que la insigne cofradía pide a alaridos. Para hacer honor a la justicia, he tenido que pedirle al Mauri que me asista con algunos recursos literarios. No es cuestión de quedarse corto. Y ahí va el relato.

Con tanque lleno y cubiertas calibradas a treinta y tres libras, me detuve en el último semáforo que marca el comienzo del autopista. Le tiré setenta centavos al mono que limpia vidrios en el estratégico punto y la luz verde me da el ok para arrancar la marcha.
El turbo de la Ranger silbaba bajo el blanco capot y en la radio sonaba un viejo tema de Génesis. Como me sobraba tiempo y no era cuestión de apurar el tranco, unos rápidos cálculos mentales, me sugirieron una velocidad de crucero de ciento setenta quilómetros por hora.
Como es costumbre en las carreteras del mundo, varios Chevrolet paseaban por el carril izquierdo de la cinta asfáltica haciéndose acreedores a las pertinentes señas de luces. Pobre gente, van a lo que le da el motorcito.
Había recorrido unos sesenta y dos quilómetros cuando dos exponentes de la marca alemana del auto del pueblo deambulaban por el autopista como un domingo por la Florida. Al no advertir el cambio de luces que con insistencia le repetía, decidí ponerle la trompa contra la luneta de manera que el espejo retrovisor le devuelva la intimidante imagen del glorioso óvalo. Como el miedo no es sonso, el primero de los VW, se tiró hacia la derecha justo antes que el electroventilador de la camioneta comience a comérselo por partes.
El segundo, que tiene el nombre del deporte favorito del Dr., reaccionó antes de que lo pisen las Goodrich All Terrain, y violentamente giró a la derecha para ponerse delante de su primo hermano. Ni lerdo ni perezoso, pisé el acelerador y metí la trompa entre el auto que se habría y el cantero central del autopista. Ya había sacado los cálculos. Como mucho, la mitad longitudinal de las ruedas izquierdas pisarían el pasto.
Y ahí estuvo el error; o se angostó la cinta asfáltica o se ensancharon las ruedas. El hecho es que violentamente la parte trasera de la camioneta se puso de costado y salió hacia el centro de la ruta como una saeta que busca el blanco. Mientras que con el brazo izquierdo trataba de dominar el vehículo, con el derecho cambiaba el dial de la radio, ya que estaban pasando un tema de Alejandro Sanz, y no es de mi gusto musical.
Con un rápido movimiento de cabeza, veo que el Golf se encontraba a metro y medio de la puerta derecha la camioneta, pero no me preocupó, cualquiera sabe que un Ford es más rápido que un VW, hasta andando de costado.
Cuando sentí que las ruedas derechas despegaban del piso deduje que el centro de gravedad de la camioneta, ya no se encontraba dentro de los puntos de apoyo lo que anunciaba un (o varios) vuelco inminente.
Miré la hora y pensé. Entre la atención inicial del politraumatizado, traslado a un centro de salud, placas radiográficas, traslado a un efector de mayor complejidad, tomografía, etc, ect.; no iba a poder fumar en unas seis u ocho horas. Así que, rebusqué en los bolsillos de la campera que estaba en el asiento trasero y encendí un cigarrillo. No había dado la tercer pitada cuando el golpe seco del costado de la camioneta contra el pavimento, rompió el vidrio de la ventanilla en mil pequeños pedazos.
Al cuarto vuelco dejé de contar; era aburrido y monótono. Me tiré contra el respaldo del asiento y me dispuse a disfrutar del Parisiennes mientras la inercia hacía lo suyo. Varios vuelcos más tarde, todo se detuvo de repente. De costado, sobre el lado derecho.
Apagué el cigarrillo, me sacudí la ceniza que había caído sobre mi pulóver y vi la luz. La luz del tablero que indicaba poca presión de aceite. Cerré el contacto. Salí por la ventanilla, le di unas palmadas en el capot a la camioneta y le dije, - Andá tranquila,.......... Henry Ford te espera en el cielo.

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